Hace más o menos 10 años mi padre y yo fuimos a la playa de Salinas.
Aquel día supuestamente ibamos a pescar pero el mar estaba muy picado y no era buen tiempo como para salir en una embarcación. Mi padre siempre precavido, siempre haciendo uso de sus innumerables experiencias del mar, me dijo que cuando el día está así no es bueno salir a pescar y mejor será otro día, por lo que decidimos quedarnos en tierra y disfrutar de la playa.
Nos bañamos, caminamos y disfrutamos de la belleza de aquel lugar que desde mi niñez y durante toda mi vida ha sido parte de mis vacaciones, de mis aventuras y excursiones. LLegamos caminando hasta la llamada "punta" allí seguimos caminando y fuimos al lado sur de la misma y nos bañamos un rato más.
Salimos ya cayendo la tarde y caminando por la arena, antes de llegar a la misma punta donde se unen las corrientes de la bahía de Las Calderas y el mar Caribe, de repente como un relámpago un pez aguja de unos 30 centímetros saltó desde el mar hacia la orilla y retorciéndose en forma vivaz y agresiva brincaba cada vez más alejándose de la orilla y adentrándose a la arena.
Mi padre en medio de algarabía y risas me gritaba : Agarralo! agarralo! y nos lanzamos a atraparlo mientras el pez brincaba sobre la arena y no se dejaba atrapar, hasta que por fin le atrapamos.
Mi padre tomo el pez y lo llevamos con nosotros. De camino a la casa nos paramos en el Hotel de Jorge, un buen amigo nuestro y que solemos visitar para tomar refrigerios y comer algo. Ante aquel inusual incidente mi padre no dejaba de sorprenderse y le contaba emocionado a un pescador de la zona lo que el describía como un regalo del mar : Tantas veces que he salido al mar y he regresado sin pesacado alguno, pocas veces se puede ver algo así. Pocos pescadores pueden contar esto. Un pez salir del mar y caer en la arena ante nosotros.
Aquella tarde fue muy especial no solo porque la pasé con mi padre sino porque aquel incidente quedo en mi memoria y tanto a mi como a mi padre nos dio mucha felicidad haber estado en el momento y lugar preciso y aun pienso que sí, fue un regalo del mar, creo que en agradecimiento por el respeto que tuvimos a sus aguas ese día.
Esa noche ya en la casa mi padre arregló el pescado y lo comimos en la cena.
Nunca olvidaré aquel día.