martes, 6 de agosto de 2013

SALVAJE

Levanto la mirada, miro el horizonte y el viento visita mi piel y mi rostro, me hace cerrar a medias mi ojos para protegerlos del polvo. Camino a lo desolado, me adentro en el profundo y solitario valle de la sabana ardiente del día, instinto animal a cada paso.  Sol implacable,  crea espejismos a lo lejos y me pierdo en mi mismo sin pensar en nada más.

Salvaje me encuentro como el guepardo solitario, oculto entre la maleza, nadie me ve  y a todos observo pasar, me escondo y preparo mis emboscadas, entre la maleza seca, en mis cuevas, en mis rocas,  en mis árboles, en mis territorios, aparezco repentinamente y en ocasiones me acerco amistoso, en un momento fugaz en que la fiera pierde el instinto animal y parece ser inofensiva.

Sin hacer daño, solo me refugio en la fiera interior, esa que me aparta y me mantiene a la defensiva, merece un domador para sacarla de su encierro. Huye, se resguarda, se asusta y se levanta vivaz y temeraria  en un ritual de silencio y furia a la vez.

Caza, come y duerme, despierta sedienta y planifica tranquilamente sus próximas horas. Mi fiera sale una vez más a patrullar sus confines como cada día, y, sin advertirlo recibe un doloroso pero tranquilizador dardo somnífero que la vuelve vulnerable y la hace caer. Alguien en su mira daba seguimiento a sus pasos y hoy por fin ha conseguido acertarle. Sus ojos se encharcan y su vista se vuelve borrosa como humo. Súbitamente le han capturado.

Tiempo ha de pasar antes que la fiera vuelva en sí misma, antes de hacerlo, ha sido liberada... expiada de su salvaje instinto y regresada a la vida. Ese cuerpo que parecía no moverse más, despierta y abre sus ojos a una nueva existencia, y soy yo mismo.

Como si le hubieran despojado con mucha dedicación y paciencia de su piel, para siempre la fiera interior deja de existir.

Paul Barros.



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